Tu boca me tentaba, tus labios
me llamaban y tus recuerdos me invadían. No fueron más de diez segundos lo que
tardaron nuestras miradas en entenderse ni más de veinte segundos lo que
tardaron los recuerdos en convertirse en risas. Tus palabras volvían a dar
sentido a mi cara de niña despreocupada y feliz. De nuevo nos encontrábamos en
la misma situación, sudando y con el pelo revuelto, pero esta vez no había nada
claro, bueno, realmente nunca lo hemos tenido claro. Y es que después de sanar
tantas heridas, de utilizar tantas tiritas y algodón, acabamos siendo débiles
ante las mismas situaciones de siempre. Tenemos mucho miedo de que nos vuelvan
a hacer daño, sin embargo, nos hemos quedado sin excusas para ocultar lo que
realmente sucede. No quisimos revivir aquellos sentimientos ya olvidados pero
demasiado inevitable era que volviesen a aparecer. Porque, la verdad, entre tú
y yo, aquellos sentimientos ni se fueron ni volvieron, siempre han permanecido,
casi ocultos, imperceptibles, en un intento de olvido pero totalmente
presentes. Juntos somos el tiempo de un fuego artificial,
separados toda una vida para recordarlo.
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