Me asombra
la importancia que tiene la música sobre nosotros; el poder que encierran un
par de canciones y la verdad que esconden un par de versos. Un simple gesto
como es dar al play nos permite viajar en tiempo y lugar. No hablo de esas
composiciones perfectas, completas, brillantemente adornadas o que se
consideran obras maestras, más bien hablo de todas esas canciones que cuentan
una vida, que componen la interminable melodía de cada uno. Como esa canción que cantaste a voz en grito
una noche de locura con los amigos por medio de la calle, sin vergüenza alguna
y con una gran dosis de droga que recorría vuestros cuerpos. O como esa otra
que siempre te recordará a tu mejor amigo o amiga, a esa persona que tanto te
conoce y con la que has pasado tantos años. Como esa canción que sonaba aquel
sábado que tanto recuerdas ya sea por lo bien que te lo pasaste o por lo poco
que te acuerdas de esa noche. Como esa otra que fue la causante de que te
quedases afónica un par de días. O esa que os hizo bailar de forma “sexy”, un
tanto estúpida, para echaros unas risas. Como aquella canción que tiene la
capacidad de arrancar una sonrisa de tu cara y de hacerte ver el día con un
poco más de luz; y, por el contrario, aquella capaz de hacer que broten de tus
ojos un par de lágrimas cada vez que la escuchas. Esa canción que te recuerda
que has de levantarte con fuerzas y optimismo cada mañana. Esa canción que
escuchas en el autobús mientras dibujas en el vaho de los cristales y recuerdas
quien te la enseñó. Aquella otra que escuchaste por primera vez junto a alguien
especial. O esa de la que sólo conoces el estribillo pero aun así la sigues
cantando cada vez que suena, inventándote cada vez una estrofa.
Cada persona, cada
momento, cada situación que haya significado algo en tu vida, tiene una
canción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario