Depósitos a rebosar de
amor y ternura aguardan perdidos en algún lugar del mundo.
Alguien alguna vez los
ha encontrado y ha robado una pizca, otros han pasado de largo, unos pocos se
han llevado grandes cantidades y alguno que otro ha cogido un puñado para,
simplemente, repartirlo.
Yo, no sé cómo ni cuándo
llegué allí, pero soy gilipollas, me timaron y me bebí un bidón entero.
Ahora ando drogada de
amor. Si se pudiera materializar todo lo que invisiblemente desprendo, sin duda
caminaría rodeada constantemente de una aureola color rosa chicle, con muchas
nubecitas de algodón y ositos de peluche. Resumiendo, una auténtica
mariconada.
Pero de eso nos
aprovechamos los de mi especie, y es que, por suerte, los sentimientos son abstractos.
Imaginad que putada si fuesen de otra manera.
A veces me planteo si
soy la única boba que picó en la trampa. Si soy la única que inconscientemente
sigue confiando en el eterno lado bueno y tierno de las personas.
Y es que parece que
ahora eso no es lo que se lleva, ¿no? Cuanto más hijo puta eres, mejor. O eso
me han dicho los actos que realizáis a diario, que por si no lo sabíais, tienen
boca. Saben hablar por sí solos.
Ahora lo que está de
moda es pasar por un mercadillo, agarrar la primera armadura resistente que
encuentres y encasquetártela a modo de caparazón permanente. Una armadura
que satisfaga el sentiros inmunes a toda gran o pequeña muestra de afecto. Algo
que os convierte a la par en seres tan desgraciados como envidiables.
Una armadura no
resistente a los golpes y al dolor. O bueno sí, pero no a los golpes y al dolor
físico. Una armadura que viene con el regalo extra de un manual para ser
un cabronazo de primera. Una joya de elemento al alcance de cualquiera.
Una nueva tendencia que
hace que mis queridos depósitos queden en el olvido y acaben pudriéndose. Una
sutil manera de fomentar la 'ley del más fuerte' (porque cuanto menos parezca
que sufres o sientes, mejor, ¿no?), con la que lo único que conseguís es
terminar degradando y aplastando el lado más bonito de la vida.
Una armadura que se
compone de todas las caricias, besos, abrazos, sonrisas, apretujones que acaban
casi fundiendo un cuerpo con otro, bonitas palabras y demás empalagosidades,
que, yo al menos no sé explicar por qué, en algún momento decidisteis no dar ni
decir.
Jamás dejaré de
alegrarme de ser una sensiblona incapaz de ocultar lo que siente. Una
apasionada de haceros saber todas las cursiladas que pasean por mi cabeza y mi
cuerpo hacia cada uno de vosotros. Aunque, siendo franca, en alguna que otra
ocasión he deseado poseer una puta armadura de esas.
Pero, no nos sobra tanto
tiempo como para andar perdiéndolo en camuflar sentimientos.
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